En un país de cultura rudimentaria como Uruguay, mucha gente considera que las actividades artísticas son un aspecto cosmético de la vida social, un asunto ornamental, bonito y prescindible. La verdad no es esa. Las actividades artísticas (teatro, cine, música, danza, ópera, letras, artes visuales, arquitectura) son factores decisivos en el grado de desarrollo de una comunidad, en su conocimiento del valor y la belleza de las cosas, en el disfrute de materia estética, en el afianzamiento de su identidad colectiva y en su calidad de vida. Pero en los países de cultura rudimentaria, todos esos factores suelen desestimarse. La cultura no figura como categoría independiente en el programa electoral o los planes de gobierno de muchos partidos políticos. El reflejo de ese papel secundario, es el sitio que ocupa en los medios de comunicación.
Se estima que el 90% de la información que recibe diariamente el público, lo obtiene a través de los noticieros de televisión. En los que se emiten a través de los canales comerciales de Montevideo, las actividades artísticas ocupan en el mejor de los casos una mención fugaz y en el peor de los casos ninguna referencia. En la duración de esos noticieros -el más breve de los cuales ocupa una hora- habría lugar de sobra para incluir información calificada sobre grandes espectáculos escénicos, sinfónicos, cinematográficos, líricos o coreográficos, pero sin embargo ese material se omite en beneficio de dos prioridades: las enormes tandas publicitarias y los temas que se consideran protagónicos, empezando por la sobredosis futbolística y siguiendo por la abultada agenda de política local, el capítulo sindical y el catálogo de la violencia (accidentes callejeros, incidentes domésticos, criminalidad, policiales)..
Desde luego que hay muchos miles de espectadores interesados en el fútbol y otros miles preocupados por la marcha de la violencia delictiva, así como por los altibajos de la actividad política, pero quienes diseñan y dirigen esos noticieros parecen olvidar que igualmente existe un vasto sector de público interesado en los géneros artísticos, en su calendario, sus acontecimientos y sus manifestaciones de excelencia, pero a ese sector -que casualmente es el integrado por la gente más selectiva, más exigente y más ilustrada- se lo deja de lado como si sus intereses pertenecieran a un terreno superfluo. Este es un país donde la actividad teatral ha tenido una apasionada dedicación vocacional y un notable desfile de talentos, un país donde la crítica de cine ha tenido una insólita tradición de rigor y de calidad, un país donde la danza está experimentando en estos últimos años una recuperación extraordinaria, un país donde las artes plásticas mantienen desde hace un siglo un brillo fuera de lo común, a pesar de la inexistencia de un mercado y de la falta de estímulos.
Sin embargo, esos fulgores siguen ausentes de la mayor fuente de información diaria de la gente, que es la televisión comercial. Al dejar de lado a ese extenso campo de actividades, los noticieros sabrán qué clase de público están formando, a qué otro público descartan, qué importancia asignan a la cultura y qué clase de futuro están ayudando a construir para este país. Parece haber llegado la hora de que todo lo señalado merezca algún margen de reflexión de parte de quienes se autodenominan comunicadores.
Hay otro mundo más allá de las canchas, los despachos ministeriales y los asentamientos irregulares.
Deja un comentario
Comments 0